Hiperventilación




I


Solo sintió escalofríos y como toda la sangre se le agolpaba en la cabeza simultáneamente. Las extremidades se le entumieron y sus ojos oscuros, aun abiertos dejaron de mirar la luz de las velas y las varitas de incienso que resplandecían en el centro del circulo humano, frente a él y las otras once personas del grupo, rasgando la oscuridad de la noche con su fuego, pensando que quizás así podría sentirse corporalmente el día en que muriera. Y recordó entonces su muerte, no acontecida aún, pero escrita y comunicada a él en el momento en que fue dado a luz, entre doctores, entre las piernas de su madre, entre jadeos de esperanza, dolor y alivio. El quirófano exudaba olor a sangre, a liquido amniótico, a formol, a metal quirúrgico. El conocimiento de su conciencia universal y total que le fue otorgado durante el nacimiento por un instante, regresó a él y, de nuevo, recordó su existencia, su vida y su muerte como paréntesis en el centro de una gran novela. Era esa su iniciación.

Luego, un minuto, un segundo, una eternidad confundida, de silencio.


-I

Al fondo, resonando con firmeza y lejanía, sonaba Radiohead, una de esas bandas que él catalogaba como “hijosdeputa” El televisor se encontraba encendido pero callado, proyectando imágenes rápidas y sin sentido, reflejando en su pantalla, alejado metros frente al cristal cargado de estática, en la cocina, como él se movía. Tomó de la alacena un platón hondo y una cuchara metálica de esas que a él le gustaban y desayunó arroz inflado recostado en su sillón. Estaba solo y, peor aún, aburrido. Su apartamento de lujo, enclavado entre estructuras metálicas, smog y cables negros de hule, no hacia su vida menos mala, pero le brindaba un poco de consuelo y auto confianza cuando encontraba que algo de alivio se descargaba en su torrente sanguíneo las tardes oscurecidas por las persianas de su apartamento en que decidía, culposamente, dejar de ser lo que era para imaginar convertirse en un empresario-júnior materialista. Desde hace aproximadamente dos años vivía haciendo relativamente nada gracias a lo que le redituaba el haber fundado y popularizado dentro de la ciudad cosmopolita en la que vivía Sumum, su propio sello editorial. Eso tampoco fue algo demasiado fácil para él.
Yuppie clase mediero era lo que él creía ser. El dinero usado para fundar Sumum había salido de las ganancias que le dejaba un café-bar inaugurado varios años atrás. El dinero usado para abrir ese lugar y remodelar la casa antigua que había sido era proveniente de los ahorros de sus padres, sus propios ahorros como maestro de español, las ganancias que había echo con su banda tocando en bares dentro de la ciudad y el dinero de su entonces novia, Isabel. La exquisita y camaleónica fumadora-psicótica-ciudadana del mundo y niña bien que era Isabel llegó un día a su vida sin avisar y para convertirse en el amor de su vida. Durante algún tiempo. Luego, ese concepto dejó de ser valido para él e Isabel se convirtió en solamente –y demasiado- uno mas de los amores de su vida.
“Navajas afuera” quizá su canción favorita de Radiohead, seguía sonando en el estéreo, una y otra vez. Él comenzó a tararear, murmurando.
-I want you to know: she’s not coming back
-Te dejo las llaves en la mesa de la entrada- Le dijo Isabel, buscando su mirada.
Respiro profundamente y se alejó al cuarto de ambos, esperando que él la detuviera. Cuando él por fin levantó la mirada, Isabel se posó bajo el marco de la puerta recogiéndose el cabello rubio y ensortijado. A su lado derecho, en una mesita, estaba una blusa blanca. Llevaba puestos unos tacones negros, una falda con rayado vertical de gis y un brassiere negro que él le había regalado para que lo vistiera durante el concierto y luego desvestirla, en el backstage, tras bambalinas. Cuando por fin terminó su desayuno y apagó la tv escuchó el taxi de Isabel irse rumbo al aeropuerto. Tuvo que darse prisa a tomarse el jugo de lima, que ya se estaba amargando.


II

Suavemente, se sentó cerca del borde de la cama y con su voz femenina, la joven mujer de pelo castaño llamó cantándole con susurros al oído a quien aun se encontraba en su cama.
-Escucha los colores-
El no abrió los ojos.
-Escucha los colores-
Nada.
-Escucha los colores-
Las palabras se deslizaron muy dentro en el cerebro de él, que pensaba soñar aún, hasta que tocaron algún nervio sensible que como una cuerda tensa, alertó a algo dentro de su pecho henchido ya en ese momento.
No quiso abrir los ojos.
-Sé que estas despierto. Me gusta tu sonrisa-
Alejandra se levantó lentamente y mientras caminaba hacia el baño él abrió los ojos. La luz era clara y ella llevaba puesta una ropa interior de algodón que la hacia parecer una visión después de un buen sueño.
Alejandra nunca se había observado tan hermosa en su desnudez como en ese momento sublime frente al espejo, en el que sonreía sabiendo que detrás de la puerta, en su cama, había alguien que miraba lo que estaba haciendo. Ella miró sus pechos más blancos, puros y desnudos de lo que jamás los había sentido y el agua de la regadera se escuchaba caer a unos metros, haciendo mas sublime ese momento. Se sentía bella. Se sentía querida y deseada. Y lo era.


-III

Si bien Hugo componía canciones para Isabel, Isabel le componía vidas, acciones y sentimientos a cada una de las canciones de Hugo. Esa era la forma en que ella aliviaba cada una de sus propias obsesiones, dejándose llevar en una actitud activamente sumisa por los deseos y los sueños expresos de él, que, de esa forma, aliviaba todas y cada una de sus perversiones. Casi.
El se sentía creador y todopoderoso, la literatura era algo mucho más emocionante que cualquier otro deporte extremo, porque para él y para ella, en eso se había convertido: en una actividad alta en adrenalina. Eran felices y estaban totalmente complementados. El cada vez escribía mas y más. El bar iba bien y la banda en la que él cantaba y tocaba el bajo tenia cada vez mas y mejores letras, mas y mejores melodías. Ella era su groupie personal, su musa, su inspiradora, su vida en gran parte. Isabel era feliz sabiéndose adorada, observada, le gustaba saber que cada actividad que él hacía era por y para ambos, para él y más que nada, para ella. Sabía que ella era la dueña de la situación. Que los dos lo eran. Estaban enamorados mutuamente, y lo gozaban. Solo que un día Hugo escribió de más.


III

-¿En realidad quieres lastimarme?- Le dijo Alejandra con voz dulce y segura, sin dudar ni un momento de la pregunta, pero no sabiendo como reaccionaría a la respuesta de Hugo, cualquiera que esta fuera.
Sentado en la cama, sin levantar los ojos, Hugo se absorbía en sus pensamientos, debatiéndose en que era lo que sentía por aquella mujer tan dulce, tan decidida, tan mujer con la que se encontraba en ese momento.
Hugo no contestó.
-¿Porqué? ¿Te causa algún placer?-
Alejandra camino hacia donde se encontraba la mochila de Hugo, miró dentro y saco la navaja militar que él guardaba en el fondo del morral. La abrió, la tomó por la hoja, ofreciéndole a Hugo el mango del arma.
Los ojos de Hugo se rasaron. Alejandra, que había salido de la regadera hacía poco tiempo, tristemente, sin tiritar ni un poco a pesar del frío de la mañana, se desnudó totalmente frente a el, sin hacer gesto alguno, solo mantenía esa mirada dulce que seguía estando, mostrando un dejo de esperanza. Aun sin poder levantar la mirada, Hugo sostenía la navaja, que sonreía descaradamente con su filo metálico, expectante y mirando la escena, imaginándola dentro de una película. Alejandra se puse frente a el, sin ensombrecerlo, como si se tratara de un ser traslucido. Agachó la cabeza, y dejó caer sus rodillas al suelo. Posó las manos, empuñadas cerca de las rodillas y dejo que todo fluyera y siguiera su camino.
No. -Exclamó Hugo sin siquiera levantar la cabeza y arrojando el arma debajo de la mesita de noche que estaba entre ambas camas. – No es necesario.
Se deslizó hacia abajo, abrazando con sus rodillas y sus piernas las piernas y las caderas de Alejandra. La miró desnuda, muy de cerca. La besó, mordiéndola. Alejandro sonrió tímidamente, sintiéndose aliviada, por seguir con él en ese minuto, en ese instante precioso de desnudez y de ternura. Hugo la acariciaba, recorriendo su figura, apretujándola, sobandola con fuerza. Apretando cada parte de la anatomía de Alejandra, que comenzaba a sentirse sofocada, que en realidad Hugo si la estaba lastimando. Tocaba sus senos, luego sus clavículas, sus hombros, y hasta el final, su cuello.





-II

Isabel, escribí algo nuevo para nosotros, algo que te quiero mostrar. ¿Si? Que bueno... ¿Se te ocurrió algo nuevo Hugo? No, no es nuevo en realidad, es algo que tenía ya en mente desde hacía mucho tiempo. ¿Y porqué no me lo habías mostrado mi amor? > Solamente... no le creí prudente antes, y no se si ahora sea el momento... pero ahora... puedo sentir que te amo, que me comprendes, que te comprendo... Creo que ahora puede ser el momento. Está bien Hugo. Tu sabes que yo hago cualquier cosa por ti, por nosotros. Lo sé Isabel, lo sé. Entonces muéstrame ya eso que escribiste mi amor. Está bien... solo... recuerda que te amo. Claro... no seas tonto. Damelo ya. Dejame leer y hacerte realidad la poesía...

Hiperventilación

Dos lunas llenas, negras,
de oscuridad total y brillantez perversa.
Te haz metamorfoseado en un pez
rosado fuera de su acuario.

Tu boca late.
Tu boca late.
Tu boca late.

Mas lentamente
que mi corazón.
Mas lentamente
que mis manos.
Mas lentamente
que las venas de tu cuello.

Piensa.
Lo ultimo que veras será a mi.
Piensa.
Yo siempre te amé.
Piensa.

Por la forma en que tratas de tomar aire,
si no fuera por mi,
ahora tendrías una grave
hiperventilación.


Hugo Saltieri.




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