II


Digamos que el narrador no soy yo, que el narrador es otra persona totalmente distinta. Digamos que justo en este momento no sabes bien si mi voz es la que esta sonando en tu cabeza contándote un cuento o la de alguien más. Podría sonar absurdo... pero pudiera ser también que el sonido de mi anterior voz, su timbre, todo, fueran un simple engaño para ti.


Digamos que aparecen justo ahora en tercera dimensión las palabras mágicas que dan comienzo a todo: “ERASE UNA VEZ” con todo y algunos puntos suspensivos. Desde ahí se podría bien contar la historia de la biblia y cada uno de sus evangelios. Pero bueno, voy a continuar. No contaré una historia sobre ti en mi cabeza ni ninguna analogía al respecto, no te preocupes. Contaré simplemente la historia de dos creadores de cosas, de nombres Grenuille y Fleugent. La cosa era así: Las botas de trabajo y los pantalones negros de Grenuille avanzaban sobre la acera adoquinada y húmeda de la calle de manera pausada pero firme, conociendo bien su destino. En sentido contrario, pero dirigiéndose hacia el mismo lugar, Fleugent camina ya de forma vagamente calmada, dándole una ultima calada a su cigarrillo (Galoise, por supuesto) y dejándolo caer en la acera, para pisarlo con sus convers clásicos negros. Sus pantalones de mezclilla, aparentemente sacados de una etapa algo punk de los ochentas hacen ruido al frotarse con el suelo. Ambos hombres visten gabardinas negras no muy largas.

Murmullo de las personas en el café.

El primero en entrar al café es Grenuille, quien toma una mesa en la terraza y se sienta sin esperar instrucciones ni recibimiento.

Grenuille habló en francés
-Un café americano por favor.

Grenuille mira durante un rato a las muchachas pasar, hasta que se cansa y toma una libretita que siempre carga con él. Comienza a dibujar el paisaje con líneas rectas y gruesas. Le agrega una o dos jirafas vestidas de smoking al puente que cruza el río. Una pequeña estrella rosada desciende desde un árbol, con una pequeña cola que termina como una flecha, y se planta en la mesa que ha dibujado Grenuille, y que es la suya propia.

-¿Do you miss me kiddo? Porque sinceramente yo si te extraño a ti… ¿donde estás?-comenzó, diciendo la estrella.

-¿Qué haces con mi estrella en la mesa? ¿La invitaste tu?

-No, ella llegó sola. Bajó del árbol aquél así nada más sin decir siquiera agua va.

Entonces levantó la mano y el brillo dorado del anillo de Grenuille interrumpió la concentración de Fleugent. Grenuille hizo a un lado su silla y se puso de pie para saludar a su amigo. Les daba verdadero gusto encontrarse de nuevo, aunque a Fleugent le desconcertaba un poco aquel anillo dorado que su compañero usaba. Parecían niños. Grenuille saludó.

-¿Cómo has estado, menso?

-Pues visiblemente igual de feo tonto e irremediablemente abrumado que siempre, pero supongo que eso no es novedad. Aparte de eso... pues todo leve.

- ... y sigues contestando a preguntas tan sencillas de forma igual de redundante que hace diez años.

-Dime que no me extrañabas ya... además yo respeté tu fijación enfermiza por Paris aunque me sonara a un escenario excesivamente cliché para tener un reencuentro cafetero...

-Ooooh, tu dejame, cada quien sus perversiones, ¿O no?

Ambos tomaron asiento en la mesa que Grenuille había escogido para su reencuentro. Pasaron diez segundos sin saber que decirse, hasta que Fleugent miro de nuevo accidentalmente a la estrella, que parecía estar dormida.

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