Un montón de flores secas
Trajiste un montón de flores secas y las dejaste tiradas al umbral de mi puerta, sin llamar, sin tocar… ni siquiera trataste de asomar tu vista por la mirilla de la puerta. Quizá me hubieras descubierto con los pies tirados en el suelo, a un lado del sillón, y el cuerpo recto, con la vista fija al suelo, fumando, fumando, con el cenicero a un lado, y la música sonando en la sala, sin siquiera percibirla. Solo fumando.

Lanzaste otro día un montón de cartas, un alud de dibujos, un montón de basura que yo no quiero cerca de mi casa, que no quiero en el mismo lugar donde convivo con lo que queda de mis manos llenas de ampollas supurantes y las paredes que oprimen el cerebro todo el día, toda la noche. Caminaste con ese legajo de estupidez inoperante y amputada de motivos cruzando la densidad del smog, llenando de hollín tu olfato, ¿Para que? Lanzaste cuanto papel llevabas, de uno por uno, debajo de mi puerta, y quizá, si hubieras tenido la delicadeza de acercarte un poco, habrías captado el olor a podrido, flotando como fantasma en el apartamento, dando vueltas en espiral alrededor de la lámpara que estaba colgada sobre la mesa y bajando en picada para recordarte de golpe ese olor agrio, amargo (y la imagen de aquellos gusanos blancos convulsionando la carne del gallo viejo que recuerdas de tu infancia).

Me dejaste luego 6 centímetros de tus cabellos, amarrados con un cordón negro, y los dejaste dentro del buzón, dentro de una bolsa de celofán, los lanzaste por la rendija, como si tan solo fueras pasando, y seguiste caminando apresurada como cualquier otro día. Siempre supiste de mi, pero siempre te equivocabas. Quizá si te hubieses detenido un poco y hubieras metido la mano al buzón habrías notado que no estaba vacío, que había papeles en su interior y mucha humedad.

Me dejaste luego un montón de papeles, de hojas, nuevas, los lanzaste de otra vez bajo la puerta, como si dentro estuviera la alcancía de nuestras neurosis, paranoias y esquizofrenias.

Pero lo peor fue al final, cuando dejaste tiradas un montón de tripas y vomito ahí cerca del buzón. Yo ya estaba harto, dejaste cabellos, ojos, piel, labios, piernas, ropa, y un montón de líquido viscoso que si yo hubiera estado ahí, me hubiera costado un trabajo increíble limpiar.

Yo, harto, la pasé encerrado, pensando en el embrollo que podrías haber hecho ahí, fuera o dentro de mi casa, y en porque estaba yo dentro y tu fuera (aunque no de mi casa), cuando las situaciones deberían haber sido diametralmente opuestas por la (in) sanidad de ambos.

Trajiste un montón de flores secas y las dejaste tiradas al umbral de mi puerta, sin llamar, sin tocar… ni siquiera trataste de asomar tu vista por la mirilla de la puerta. Te imaginaste que verías mis pies, ahí, tirados sin consuelo, y todo lleno de humo, y el aroma a muerto, y la humedad acumulada.

No era yo.

Lo siento, pero cuando me sacaron de mi casa para internarme a la fuerza, no tuve tiempo de sacar a tu gato.

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