Evasión a una mala noche de sabado.
Amaneció el día domingo 21 de Octubre ignoro a que hora de la mañana mientras yo seguía sin chistar como la mayor parte de la población lo hace el acostumbrado paso de la rutina, tan redundante como mis propias palabras, manteniéndome bien dormido bajo la sabana y la colcha fresca que me cubren de noche. La noche anterior no había sido siquiera medianamente agradable, exceptuando el momento en que, aspirando un poco mas profundamente después de llegar a casa, me decidí a poner play a una película coreana pirata que había comprado en la tarde de ese mismo día antes de ir a comer a un restaurante italiano con mi hermana. Ella había ido allí alguna vez pidiendo empleo, y el dueño del lugar, un tipo italiano como el que mas, de pinta entre Corleonesca y bonachona le había dejado una impresión, mas que grata, particular. Según su antes posible empleador, ahora anfitrión, mucha gente importante y/o famosa de distintas partes del mundo ha acudido a comer a este lugar que, para comenzar con los puntos a su favor, tiene un ambiente agradable en su afán de rememoramiento italiano mediante posters y afiches enmarcados durante los noventa de fotos que retratan la Italia de los años ochenta. La comida, siendo sinceros, me resultó poco agradable también: a manera de entremés pedí calamares fritos, al tiempo que un par de cervezas. Son tan apetitosos como suenan, y según yo, no suenan como algo que súbitamente tienes ganas de comer. La verdad es que los pedí mas debido a la insistencia del mesero al recomendarlos y mi incipiente cansancio extremo que cualquier otra cosa. Como sea, me pareció un tanto agobiante la atención de los meseros, no en su frecuencia, sino en sus modos, cosa que nunca me había sucedido en el lugar. Como plato fuerte yo pedí un excelente filete de Salmón arruinado por una salsa mil islas a la que unas cuantas alcaparras hacen que en la carta su nombre transmute mágicamente a algo que aparenta ser sumamente apetitoso. Mi hermana pidió lasaña, una lasaña casera bastante bien hecho, nada con sabores exóticos, solo una lasaña con buen sazón. La charla fue agradable, y la cuenta... 300 pesos, aproximadamente. No me pareció mal, debido a que los platillos están bien servidos, pero definitivamente, el restaurante ya ha dejado de ser lo que era hace aproximadamente 5 años, que es cuando comencé a frecuentarlo.
He estado pensando por momentos acerca de la naturaleza de la comida, de por que me resulta tan apasionante (aunque en esta ocasión no lo parezca) y me he formulado varias hipótesis, unas francamente estúpidas y otras con ánimos bastante esnobistas en su redundancia explicativa, pero lo que sinceramente creo es que la comida rápida hace a la gente mas imbecil, mientras que, el tener el paladar dispuesto a nuevas experiencias debe ser análogo a la mente... y el gusto que uno tiene en los platillos es definitivamente mucho mas importante y descriptivo que nuestro gusto por la música, el cine o la lectura. El paladar, la lengua, nuestro olfato son capaces de transportarnos de manera mucho mas efectiva e integral a cualquier lugar, momento, situación, recuerdo o sentimiento, y por eso abogo por la alquimia diaria y la búsqueda de las experiencias sinápticas profundas.
Por el momento, iré a experimentar lo mejor del sueño. Estar vivo, pero ajeno inconsciente. Mañana continuaré buscando algo que me haga implotar.
Pero no de la manera en que sucedió con la parte del sabado que he evitado contar.
Amaneció el día domingo 21 de Octubre ignoro a que hora de la mañana mientras yo seguía sin chistar como la mayor parte de la población lo hace el acostumbrado paso de la rutina, tan redundante como mis propias palabras, manteniéndome bien dormido bajo la sabana y la colcha fresca que me cubren de noche. La noche anterior no había sido siquiera medianamente agradable, exceptuando el momento en que, aspirando un poco mas profundamente después de llegar a casa, me decidí a poner play a una película coreana pirata que había comprado en la tarde de ese mismo día antes de ir a comer a un restaurante italiano con mi hermana. Ella había ido allí alguna vez pidiendo empleo, y el dueño del lugar, un tipo italiano como el que mas, de pinta entre Corleonesca y bonachona le había dejado una impresión, mas que grata, particular. Según su antes posible empleador, ahora anfitrión, mucha gente importante y/o famosa de distintas partes del mundo ha acudido a comer a este lugar que, para comenzar con los puntos a su favor, tiene un ambiente agradable en su afán de rememoramiento italiano mediante posters y afiches enmarcados durante los noventa de fotos que retratan la Italia de los años ochenta. La comida, siendo sinceros, me resultó poco agradable también: a manera de entremés pedí calamares fritos, al tiempo que un par de cervezas. Son tan apetitosos como suenan, y según yo, no suenan como algo que súbitamente tienes ganas de comer. La verdad es que los pedí mas debido a la insistencia del mesero al recomendarlos y mi incipiente cansancio extremo que cualquier otra cosa. Como sea, me pareció un tanto agobiante la atención de los meseros, no en su frecuencia, sino en sus modos, cosa que nunca me había sucedido en el lugar. Como plato fuerte yo pedí un excelente filete de Salmón arruinado por una salsa mil islas a la que unas cuantas alcaparras hacen que en la carta su nombre transmute mágicamente a algo que aparenta ser sumamente apetitoso. Mi hermana pidió lasaña, una lasaña casera bastante bien hecho, nada con sabores exóticos, solo una lasaña con buen sazón. La charla fue agradable, y la cuenta... 300 pesos, aproximadamente. No me pareció mal, debido a que los platillos están bien servidos, pero definitivamente, el restaurante ya ha dejado de ser lo que era hace aproximadamente 5 años, que es cuando comencé a frecuentarlo.
He estado pensando por momentos acerca de la naturaleza de la comida, de por que me resulta tan apasionante (aunque en esta ocasión no lo parezca) y me he formulado varias hipótesis, unas francamente estúpidas y otras con ánimos bastante esnobistas en su redundancia explicativa, pero lo que sinceramente creo es que la comida rápida hace a la gente mas imbecil, mientras que, el tener el paladar dispuesto a nuevas experiencias debe ser análogo a la mente... y el gusto que uno tiene en los platillos es definitivamente mucho mas importante y descriptivo que nuestro gusto por la música, el cine o la lectura. El paladar, la lengua, nuestro olfato son capaces de transportarnos de manera mucho mas efectiva e integral a cualquier lugar, momento, situación, recuerdo o sentimiento, y por eso abogo por la alquimia diaria y la búsqueda de las experiencias sinápticas profundas.
Por el momento, iré a experimentar lo mejor del sueño. Estar vivo, pero ajeno inconsciente. Mañana continuaré buscando algo que me haga implotar.
Pero no de la manera en que sucedió con la parte del sabado que he evitado contar.
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