Gasas e hilo.






Al fondo de lo observable por el ojo humano es todo níveo y claro.

Su lengua se contorsiona 
surge firme, curva, tersa, entre sus labios. 
No evita frotarse, mientras mana sin prisas, contra el borde suave y húmedo de la venda que le envuelve de blanco el rostro, la cabeza y la mirada. 

La saliva. 

Sus pezones penden tensos de un hilo invisible que jala desde el punto más brillante, alto y profundo, donde termina el vacío. De entre sus piernas, incontenibles, brotan  cuatro perlas que casi ajenas a la fuerza gravitatoria de esta realidad extraña se deslizan y depositan sobre la cara interna de la mitad de la concha de un bivalvo.  El músculo, brillante y terso palpa ciegamente el vacío. Todos alrededor sienten la sed primaria.

Un animal nace, surge nuevo, rosado y magnífico. 


Una caracola.

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